POR VANESA RESTREPO | PUBLICADO HACE 52 MINUTOS

1.000 años tienen las piezas de cerámica y arte rupestre encontradas en El Prodigio.

Una expedición para buscar semillas de tagua y construir un ajedrez artesanal cambió para siempre la historia de El Prodigio, un corregimiento de 800 habitantes en las montañas de San Luis, Oriente de Antioquia.

Era 28 de enero de 2009 y Arnulfo Berrío Naranjo caminó poco más de un kilómetro desde su casa, con dirección a la quebrada El Prodigio. Cruzó el cauce y se internó en un bosque pequeño que, de la nada, desapareció. La imagen lo dejó sin aliento.

Frente a él se abrió paso una enorme pared blanca, de roca natural, que nunca había visto. Con más curiosidad que miedo la caminó y en una de las paredes encontró un grabado particular que asemejaba la cara del búho de anteojos, común en el pueblo.

124kilómetros hay de Medellín a El Prodigio. El recorrido toma unas tres a cuatro horas.

Luego miró hacia arriba y vio piedras colgantes (estalactitas) con formas especiales: un cocodrilo o la cabeza de una tortuga con la boca abierta. Sin saber qué hacer, el hombre tomó fotos con su celular y se regresó a su casa sin semillas, pero feliz.

Los días siguientes fueron extraños: “Empecé a soñar dos o tres veces a la semana con indígenas en rituales o de caza. Era muy extraño. Hasta que dije: ¡no, aquí tiene que haber algo!”.

Luego de pedir consejos a otros habitantes de San Luis, descargó sus fotos y se fue con ellas al Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia, donde después de varios días le confirmaron que había descubierto un petroglifo, es decir, una figura tallada en piedra por indígenas.

Por la mente de Arnulfo desfilaron a toda velocidad recuerdos de otras cavernas y formaciones particulares que había visto durante su infancia en el pueblo y pensó que tal vez habría más tesoros escondidos como ese, y se dedicó a explorarlas.

Tres años después, en 2012, una expedición le confirmó sus sospechas: la tierra que habitaba era un patrimonio natural único, asentado sobre un cinturón kárstico (paisaje formado por rocas calizas, donde abundan las cuevas y cavernas), con más de 400 millones de años de antigüedad, que desde hace 10.000 años empezó a ser habitado por los humanos.

Los hallazgos reposan en el informe “Inventario de bienes culturales arqueológicos en el corredor kárstico del corregimiento El Prodigio”, elaborado por el departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia y el Instituto de Cultura.

El estudio y la socialización de los hallazgos les cambiaron la vida a todos los habitantes. “Nosotros veíamos esas rayas en las piedras, y no sabíamos que era importante. Yo nací aquí y siempre me pareció que todo era muy bonito, pero no sabía que era único, que era tan valioso”, dice María Orfilia Hoyos Morales, hoy presidenta de la Junta de Acción Comunal.

De la guerra al turismo

La historia de El Prodigio tiene tanto de bella como de dolorosa. En los años 60 varias familias de San Carlos y San Luis se mudaron a esta planicie, que era casi toda bosque.

La tradición oral indica que Marcos Gutiérrez, uno de los fundadores, escogió el nombre porque le parecía la tierra prometida: tenía terrenos fértiles, mucha agua, clima agradable y animales de todo tipo.

En 1970 se constituyó la primera Junta de Acción Comunal que dividió el terreno y empezó a vender lotes, cada uno a $100, para que las familias construyeran sus casas.

Así llegaron los Cosme, los Berrío, los Hernández, los Zapata y los Valencia. Entre todos construyeron la primera escuela y luego el colegio, hicieron el acueducto y se dedicaron a cultivar y a vivir del barequeo. La primera carretera fue realidad en 1991 y la luz solo llegó en 1993.

Y desde muy temprano el conflicto que vivía el país los alcanzó. El excomandante paramilitar Ramón Isaza reveló tras su desmovilización que desde 1978 se formaron grupos de escopeteros que pasaban por la zona, pues era puerta de entrada al Magdalena Medio y al Oriente.

A finales de los 90 las guerrillas de las Farc y el Eln empezaron a disputarse la zona y en marzo y abril de 2001 tuvieron lugar dos tomas guerrilleras que terminaron por desplazar a todo el pueblo.

Gonzalo Galvis fue de los últimos en salir y el primero en regresar, un par de meses después. “Nos fuimos porque nos iban a matar, pero siempre quisimos volver. Y si usted ve hoy, muchos de los que salimos, regresamos, porque esto es muy amañador”, dice.

En efecto, tras la desmovilización de las autodefensas, en 2004, empezó un plan de retorno y con la firma del acuerdo de paz en 2016 inició la reconstrucción y la apuesta por una nueva economía basada en el turismo.

María Orfilia, que estuvo nueve años por fuera de su tierra, decidió dedicar su vida a mostrarle al mundo su tierra. Con su familia construyó, al lado del parque, un hotel que hoy ya tiene cuatro pisos y está decorado con los mármoles que aquí se encuentran en cualquier montaña.

Los jóvenes del pueblo se unieron para crear el grupo de vigías del patrimonio, con el que realizan recorridos guiados para contar la historia de sus ancestros y evitar que sus riquezas naturales y arqueológicas sean dañadas.

Los impulsos finales llegaron este año: de un lado, Arnulfo se convirtió en el secretario de turismo de San Luis; y del otro, la Unidad de Víctimas le devolvió al pueblo una casa construida por alias “Terror”, hijo de Ramón Isaza, para convertirla en museo y casa de la cultura: la Casa de la Esperanza.

“El corregimiento ya es parte del distrito de manejo integrado de Bosques, Mármoles y Pantágoras, donde buscamos que cohabiten ganaderos, campesinos y operadores turísticos. Y tenemos los diseños de un parque lineal en la quebrada El Prodigio, y un plan turístico y educativo para mostrar las maravillas naturales, explica el alcalde de San Luis, Henry Suárez.

Atractivos únicos

En una de las montañas, a escasos kilómetros del colegio del pueblo, donde se juntan las quebradas La Miquera y El Tigre, hay otro abrigo rocoso donde se encontraron 25 petroglifos con formas de rostro y espirales. Por lo extraño de los grabados, que se presume fueron hechos por los indígenas Pantágoras hace unos 500 años o más, la zona fue bautizada como Caritas y se convirtió en otro de los atractivos turísticos.

A 30 minutos de allí, siguiendo un camino terciario, está otra de las atracciones: el balneario Cara del santo, en la vereda Las Confusas. Allí el río Cocorná Sur, de aguas cristalinas, toma una curva y se choca de frente con una roca que, vista de costado, parece tener forma humana.

“Aquí venimos a hacer sancochos, a tirar charco y a compartir. La piedra es muy especial. Uno creería que hay un Miguel Ángel que la talló, pero parece ser un capricho de la naturaleza”, cuenta Arnulfo.

Y más adelante está Mundo Escondido, una porción de selva a la que se accede después de caminar por otra caverna. Allí la quebrada Agualinda esconde dos tesoros más: una roca con forma de cabeza de jaguar, y otra caverna con charcos naturales.

En su celular, Arnulfo guarda fotos únicas de cada sitio. Y mientras los mira, comenta: “Atractivos tenemos muchos, solo nos falta que más gente venga para verlos”.


Tomada de: www.elcolombiano.com

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